SIN MUJERES, SE PARA EL MUNDO

Islandia es un modelo de las democracias capitalistas: encabeza el índice de igualdad de género, representación política, acceso a la educación y el trabajo, licencias familiares igualitarias y guarderías, que garantizan la rápida reinserción en el trabajo y el estudio después de la maternidad. El 80 % de las mujeres trabaja fuera del hogar, son el 65 % del estudiantado universitario y el 41 % de los miembros del Parlamento.

Pero no siempre fue así. Aunque el voto femenino en Islandia se consiguió en 1915, los avances deseados no se producían y las mujeres continuaban siendo hasta un 40% peor pagadas que los hombres y su representación parlamentaria no ascendía más que a un 5%.

Pero llegó 1975. Se declaró ese año por la ONU, el Año Internacional de la Mujer, y ello contribuyó a que éstas hicieran patente su fuerza a través de un paro casi total de las mujeres islandesas en todos los ámbitos del país. Fue idea de un grupo de mujeres feministas islandesas llamado Red Stockings (medias rojas) quienes propusieron echar un pulso a un país entero, demostrando que las mujeres son imprescindibles para que un país pueda moverse y avanzar.

Se consideró que ese día se hiciese una “huelga de mujeres”, con el fin de visibilizar su papel en la sociedad, sobre todo en el trabajo doméstico no remunerado y para exigir una mayor representación política.

Es cierto que en ese momento en Islandia no existía un proceso huelguístico o de movilización, por eso se impulsó como un “día de asuntos propios”, con el fin de garantizar la ausencia de mujeres, pero sin arriesgar sus puestos de trabajo. Junto a esta solicitud masiva del día libre, se utilizó todo tipo de licencias permitidas en el entorno laboral. Se impulsó el cese de todas las tareas domésticas no remuneradas, incluyendo el cuidado infantil.

El 90% de las islandesas secundó la medida. Una huelga sin serlo, pero sin acudir a sus puestos de trabajo ni ejercer ninguna acción que no estuviese reconocida y remunerada como tal. La mujer dejaba de hacer absolutamente todo.

El impacto económico fue notorio: no se imprimieron diarios porque las tipógrafas eran mujeres, no funcionó el servicio telefónico, se cancelaron los vuelos porque las azafatas no se presentaron, las escuelas no funcionaron y las factorías de pescado cerraron porque su mano de obra era casi exclusivamente femenina. Se pararon los bancos, el transporte, las guarderías, las cajeras, las dependientas, …Y todas se concentraron en la calle. En Reikiavik, la capital del país, se reunieron unas 25.000 personas.

Los hombres tuvieron que hacerse cargo de los niños. Muchos no pudieron solicitar el día libre porque las mujeres ya lo habían hecho y era necesario su trabajo. Tampoco podían desatender a los hijos o no preocuparse por la comida. Los despachos se llenaron de niños y los restaurantes aumentaron su facturación de forma notable.

El impacto político fue muy importante. En 1976, el Parlamento islandés promulgó una ley que garantizaba la igualdad de derechos para hombres y mujeres, aunque esto no repercutiría en mejores empleos o compensación salarial para las mujeres. Cuatro años más tarde, se elegiría por un pequeño margen a la primera presidenta, Vigdis Finnbogadottir. Se fundó un partido de mujeres, la Alianza de Mujeres, que en 1983 logró sus primeros escaños en el parlamento. Dos décadas después, en 2000, se introdujo la licencia de paternidad pagada para hombres. En 2010, Islandia eligió a una mujer, Johanna Sigudardottir, como su primera ministra, por primera vez en la historia. Fue también la primera líder abiertamente homosexual del mundo. Ese año, como una de las primeras políticas de su gobierno, los clubes de striptease fueron prohibidos. Y si bien algunos problemas persisten, sobre todo en el ámbito laboral, la lucha por la igualdad continúa de la misma manera.  

 “Fue un primer paso para la emancipación de las mujeres”, según contaba años después la expresidenta Vigdis Finnbogadottir en una entrevista que concedió a la BBC. Fue un gran impulso en la igualdad de las mujeres del país. Aquel día cambió completamente la forma de pensar de los islandeses y se puso en valor el papel de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad.

Los hombres se dieron cuenta del valor que la mujer tenía en la sociedad y, lejos de enfadarse o molestarse ni quiera con las féminas islandesas, pusieron una marcha más y se unieron en el afán por conseguir una organización social más justa donde todos fueran iguales.

Aquel ejemplo sirvió para que otros grupos de mujeres quisieran imitarlo y, así, en Polonia en 2016, las mujeres se ausentaron del trabajo y organizaron una marcha masiva contra el decreto reaccionario que intentaba prohibir el acceso al derecho al aborto en todos los casos. Pero esta huelga no tuvo el impacto económico que consiguió su antecesora; aunque sí lo consiguieron en el ámbito político con la retirada de la Ley. Argentina también intentaría un cambio en su estructura social acercándola más a las mujeres a través de un paro similar, pero lo que es cierto es que el resultado tampoco fue tan abrumador como en Islandia.

En Estados Unidos también se convocó a un ‘día sin mujeres’ en 2017 que contó con una gran movilización frente a la Torre Trump del presidente Donald Trump en Nueva York.

El “viernes islandés” mostró el poder de la protesta de las mujeres para visibilizar su lugar económico dentro y fuera del hogar. Pero la persistencia de la brecha salarial mostró también un límite del reclamo de “igualdad” sin cuestionar el sistema de conjunto. De hecho, el capitalismo islandés supo integrar y “gradualizar” el reclamo hasta tal punto que hoy, 40 años después, las mujeres siguen movilizándose por el mismo motivo.

El plano más desigual sigue siendo el económico: se mantiene la brecha salarial del 14 %. Y la persistencia de la movilización de las mujeres es la comprobación de que incluso en esos pequeños paraísos igualitarios (Islandia tiene apenas 330 mil habitantes) que posee el capitalismo en un mundo ferozmente desigual, la pelea contra la opresión y la discriminación está vigente. Las mujeres volvieron a movilizarse año tras año para exigir la igualdad por la que habían pateado el tablero ese viernes de 1975.

Ahora se realiza esa jornada huelguista cada diez años.

Es cierto que una huelga no genera un cambio cultural o político de inmediato, como sucedió en Islandia, pero al menos sí que logra llamar la atención del mundo para presentar sus problemas, porque la visibilidad de estos demuestra que es una de las principales victorias de una huelga.