By Amal Guzmán Conesa Erragbaoui
Vicepresidente de Comunicación del Consejo de Estudiantes de la Universidad de Murcia
Este 2020 se cumplen 25 años de la creación del Consejo de Estudiantes de la Universidad de Murcia. Alcanzar esta efeméride merece no solo celebración, sino plantearnos qué queremos para el futuro de la representación estudiantil, planteamiento que ineludiblemente
pasa por estudiar cuál es la situación actual.
A lo largo de estos años, el Consejo ha sufrido periodos irregulares e incluso de inactividad. El problema de base, como en toda organización, es depender de cómo sean las personas que lo conforman para su correcto funcionamiento. “Ya solo creo en las personas, no en siglas”, decía la canción. El problema se acentúa cuando la infrafinanciación deriva en la
imposibilidad de ser institución. La implicación personal necesaria para el correcto funcionamiento de la representación estudiantil es inefable.
Pero la infrafinanciación no es solo monetaria. Defendía abiertamente un antiguo presidente del CEUM que el buen funcionamiento de la representación estudiantil pasaba por reivindicar tiempo. Necesitamos tiempo para desarrollar nuestras tareas, un tiempo que se ve
mermado por la inagotable burocracia. Tenía razón Larra en su “Vuelva usted mañana”.
Pero reivindicar tiempo también pasa por reivindicar la conciliación. Compaginar lo académico, la representación, en ocasiones lo laboral, y lo personal no es fácil, menos aún cuando no hay ninguna facilidad. ¿Y los créditos que premian las labores de representación? Te privan de realizar una asignatura optativa, una asignatura que eliges con cariño, sin imposición, porque te agrada plenamente. Y, a la vez, te puntuarán la asignatura con un 5, rebajando tu media, perjudicándote en ciertas convocatorias a becas.
Hay que cuidar la representación estudiantil no solo porque nuestra Universidad no funcionará bien si no tenemos engrasados cada uno de sus ejes, sino porque sin ellos no somos nada. La representación estudiantil canaliza la opinión y el sentir del grueso de los miembros de la comunidad universitaria. Y, además, ellos son nuestra bandera, nuestro famoso orgullo UMU.
La formación de los representantes estudiantiles va más allá de lo académico. Los representantes rasos adquirirán competencias de resolución de conflictos indispensables para la vida. Conforme avanzamos en la jerarquía de la representación, nos encontraremos con que
además son capaces de liderar equipos y grupos de trabajo, que tienen competencias en materia de negociación, que han aprendido a presentar facturas y a gestionar presupuestos, que organizan eventos que enriquecen la Universidad y la ciudad, que realizan encuestas e informes de calidad, y un largo etcétera que no cabe en estas páginas. Todo ello sin descuidar su vida académica, laboral y personal.
La representación estudiantil es un tesoro. Valorarlo, facilitar su desarrollo y promocionarlo es tarea de todos. Y para ello no hace falta esperar un nuevo aniversario.
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